dimanche 5 avril 2015

Le Maroc espagnol. Javier Valenzuela.

Après le voyage, les sensations qui demeurent, les images des ruelles, les fraises du pétit-déjeuner et les dirhams oubliés dans le porte-monnaie, partageons nos impressions et nos expériences... envoyez-les... s'il vous plaît!

Pour commencer et nous inspirer, on vous invite à lire le délicieux reportage du journaliste Javier Valenzuela sur le Maroc espagnol.

Entre el café de París y el hotel Minzah, en el meollo del Tánger colonial, sigue abierta la pastelería La Española. Como en los tiempos en que allí iba a surtirse Juanita Narboni, el prodigioso personaje literario de Ángel Vázquez, el rótulo está escrito en castellano, el local presenta un aspecto atildado y sus dulces son vistosos, suculentos, demasiado azucarados. Desprende La Española una elegancia antigua, provinciana y remilgada que sigue siendo muy del gusto de los marroquíes, y que fue muy del gusto de los miles de españoles que vivieron en Tánger entre los años veinte y sesenta del pasado siglo. Así que resulta fácil comprender por qué la neurótica, la cursi, la perversa Juanita Narboni le gustaba tanto esta pastelería. En uno de los momentos de ese largo soliloquio que constituye La vida perra de Juanita Narboni, la protagonista dice con su incomparable estilo: "Iré a La Española y te traeré unos bizcochitos de plantilla, mañana si Dios quiere, te lo prometo, lo bueno".

Hay muchos lugares en los que Tánger transmite una intensa y casi mágica impresión de tiempo detenido. Tanto en la ciudad colonial como en los tradicionales zocos morunos, numerosos cafés, bares, restaurantes y pensiones que ostentan los letreros en castellano de hace medio siglo, un claro testimonio en que ésta era una ciudad cosmopolita, con tres religiones levantando iglesias, mezquitas y sinagogas, además de nueve potencias protectoras, infinidad de consulados y legaciones, tres servicios de Correos y cuatro divisas. También conservan los nombres que les dieron sus fundadores españoles algunas pastelerías y peluquerías, pero las últimas, como el Salon de Coiffure Pepita, con su toque pretendidamente parisiense. En cambio, y éste es otro signo del reparto de tareas durante la época internacional, las viejas farmacias -y también las nuevas- están en francés.

Hoy como ayer, el castellano compite muy dignamente con el francés y, en menor medida, con el inglés por el papel de lingua franca de Tánger. Por ejemplo, Mohamed Chukri cuenta que, hace muchos años, él le dictó en la lengua de Cervantes su primera novela al norteamericano Paul Bowles, y lo cuenta, faltaría más, en fluido castellano. Chukri había redactado El pan desnudo en su árabe particular, y Bowles la transcribía en inglés, pero los dos empleaban el español para entenderse y trabajar.

               Valenzuela avec Choukri à Tanger 2002


Sobre esto reflexiono en el restaurante El Dorado, bajo la reproducción contemporánea de un cartel propagandístico de los años treinta del siglo XX que presenta una deliciosa imagen de Tetuán pintada por Mariano Bertuchi y el lema “Protectorado de la República Española en Marruecos”. En El Dorado- donde el plato del día es cuscús los viernes y paella los domingos, toda una exhibición de ecumenismo –hablo en castellano, como casi en todas partes. Uno puede pasarse días en Tánger no hablando otro idioma, y de hecho, su dominio es un buen instrumento para diferenciar a los marroquíes de pura cepa tangerina de los recién llegados desde las regiones más meridionales del país. Muchos tangerinos lo hablan desde niños, como herencia de la presencia colonial española; otros, por los estudios que han efectuado en la Universidad de Granada o en otras españolas; los más, y sobre todo los jóvenes, gracias a la televisión. Públicos o privados, los canales españoles se ven en Tánger y en todo el norte de Marruecos sin mayores problemas, y constituyen un factor decisivo en que la lengua de Cervantes se haya conservado en el antiguo Protectorado.

También hay españoles que se siguen considerando tangerinos, hijos de exiliados de una ciudad en la que vieron la primera luz o pasaron sus mejores años. Los  escritores Sanz de Soto, Haro Tecglen y Ramón Buenaventura son de esa tribu perdida. Como también lo es Shlomo Ben Ami, judío tangerino e hispanista, que fue embajador en Madrid y ministro laborista del Estado de Israel. Y en Tánger escribió Juan Goytisolo su Reivindicación del conde don Julián, obra en la que levantó el estandarte del denostado don Julián de los romances, el noble que, en el año 711, ayudó a una coalición de árabes y bereberes a cruzar el Estrecho y ganar buena parte de la península Ibérica para el islam.

Gibraltar o Yebel Tarik, en el lado europeo, y Yebel Musa, en el africano, son las dos columnas de Hércules que delimitan el Estrcho. “Estamos quizá ante el cruce de caminos más trascendental de la historia, porque en él, precisamente, se juntan Europa y África, el Mediterráneo y el Atlántico”, escribe Alfonso de la Serna en su Al sur de Tarifa. “Es”, prosigue el diplomático, “el lugar del mundo donde se han encontrado, en grado superlativo, el Oriente y el Occidente, el Norte y el Sur, no ya como simples puntos cardinales, sino como categorías históricas, políticas, culturales y económicas”. Esá muy bien dicho. Separados en el estrecho de Gibraltar por apenas 14 kilómetros de distancia, España y Marruecos son dos países tan diferentes en la actualidad como emparentados desde siempre.

Para los españoles de hoy, el viaje por el antiguo Protectorado es aún más alucinante que lo fue para los soldados que, en los años veinte del siglo pasado, lo conquistaron a sangre y fuego. Las diferencias entre ambos países –sobre todo desde la plena incorporación de España al mundo democrático europeo- son más abismales que lo eran hace ocho décadas. En su Del Rif al Yebala, Lorenzo Silva recoge ese estupor ante las vivas, laberínticas y abigarradas medinas medievales; los coloristas mercados de sabrosas frutas y verduras; los cafés donde los hombres se entregan al flemático ritual del té con hierbabuena y los restaurantes donde la mugre esconde bocados exquisitos; la persistencia de los viejos caftanes y chilabas; la supervivencia de los burros como vehículos de carga o transporte; el peso de la religión en la vida cotidiana; la conservación tenaz de costumbres y tradiciones como el regateo comercial, la ley de la hospitalidad, la libertad dada a los niños y el respeto debido a los ancianos. También subraya Lorenzo Silva “la belleza de las moras” con las que se cruza, unas con la cabeza cubierta y otras descubierta, unas con chilaba y otras o pantalones o faldas ajustadísimos; mujeres de piel clara y ojos oscuros, tan hermosas como fuertes.

En ese viaje por las dos regiones que formaron el Protectorado, Yelaba al oeste y Rif al este, el viajero español encuentra muchísimos vestigios de su país. Unos son debidos a sus compatriotas judíos y musulmanes que fueron expulsados de la península Ibérica por la intransigencia católica e implantaron en el Magreb lo andalusí como canon de belleza y refinamiento en la arquitectura, la decoración, la artesanía, la comida y la música. Ellos los exiliados de Al Andalus, fueron los que fundaron o engrandecieron localidades como Tetuán Xauen, que formarían parte del Protectorado español,  o Fez, que quedaría en el lado francés. Y esto es lo que hace que el recorrido por mezquitas, museos, palacios, jardines, barrios y viviendas marroquíes suponga en muchas ocasiones un viaje en el tiempo, hasta aquella época en que Toledo, Zaragoza, Valencia, Sevilla, Córdoba y Granada eran así."

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Article par gentillesse d' Ana prof.

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